La Alameda de los Descalzos fue construido entre 1609 y 1611 por el Virrey Juan de Mendoza y Luna, Marqués de Montesclaros con el fin de hermosear el camino que iba hacia el Convento de los Padres Franciscanos Descalzos y facilitar el recorrido de los devotos. El Virrey trazó la Alameda con senderos, arbolado, fuentes, en un espacio amplio. Se le llamó al inicio “Alameda Grande”. Hacia 1770, el Virrey Manuel de Amat mejoró la Alameda mediante jardines con capulíes, aromos, ñorbos y jazmines, alcanzando su máximo apogeo, por reunirse allí la población para la Fiesta de la Porciúncula de los Franciscanos Descalzos, y por ser camino obligado para la Pampa de Amancaes, el Día de San Juan.
En 1856 fue nuevamente remodelada por el Presidente Ramón Castilla, quién la rodeó de una verja de fierro de fabricación inglesa, de 500 metros de largo por cada lado y 20 metros de ancho por cada frente, distribuida en una calle central y dos laterales, así como grandes puertas de entrada. A los lados, se colocaron sobre pedestales de piedra, 12 estatuas de mármol de Carrara (Italia), así como bancas, maceteros con bases de hierro, una glorieta, 12 faroles de gas, asimismo 6 estatuas pequeñas que representan a dioses griegos, también de mármol de Carrara, en la entrada. Las estatuas representan a los 12 signos de zodiaco en forma de personajes de la mitología griega.
La tradición oral limeña recoge historias respecto a que en este lugar se daban encuentros furtivos entre amantes prohibidos, donde las muchachas de la época acompañadas en sus paseos por las chaperonas rozaban a sus pretendientes sin siquiera mirarlos. Es cuna de conocidos relatos sobre secretos, sonrisas pícaras y andar garboso de la coquetería de las famosas tapadas limeñas en sus paseos afanosos y seductores de caballeros enamorados. Es testigo también de candentes historias y memorias románticas, la más famosa: el romance entre el virrey Amat y la Perricholi que fueron la comidilla de las recatadas señoras de sociedad de la época.
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